Sinceridades y Sin Seriedades
martes, 15 de diciembre de 2015
OBRA MAESTRA
viernes, 28 de octubre de 2011
MINIFICCIONES *
viernes, 4 de marzo de 2011
¡No hay papel! *
La cena con Alfonso le había sentado mal, ¡mucho picante! Por ello, antes de poder formular cualquier excusa brillante, y sin preguntar a dónde, Borges abandonó su silla de un respingo y corrió como liebre a buscar el sanitario.
Luego de media hora de incesantes evacuaciones físicas y metafísicas, su espíritu se halló tan relajado y redimido, que era imposible interrumpir el éxtasis que lo envolvía. De hecho, ni siquiera se percató de que el cuarto en donde se hallaba carecía de iluminación, debido a una bombilla fundida.
Este detalle, en realidad, es de poca importancia, pues, para entonces, el hombre ya era ciego. Sin embargo, aludirlo ayuda, de cierta manera, a entender bajo qué condiciones se desenvolvería lo demás.
Ajeno a los pormenores y sumido en la parsimonia, Borges se disponía a... digamos... eliminar esos residuos anales que púdicamente nos inquietan, ¡cuando se llevó la sorpresa de que no había papel!
Sobre un mueble, a su izquierda, sólo un rollo de cartón lucía como vestigio de anteriores inquilinos. No obstante, siendo él un maestro en el arte de la cordura, antes de entrar en pánico, tanteó los bolsillos de su pantalón esperando hallar en ellos, tan siquiera, el fabuloso auxilio de una servilleta traspapelada.
¡Pero no! Todo había sido tan repentino que no tomó las precauciones adecuadas, y ahora se encontraba vulnerable como el Tigre de Santa Julia. Lo único que obtuvo de su indagación funesta fue un folleto sobre una conferencia de Freud y El Complejo de Edipo, al cual le tenía especial aprecio y, por tanto, no quiso emplear para acto tan soez –eso sin mencionar que su textura era áspera.
Maldiciendo suerte, pero firmemente convencido de no importunar a nadie gritando “¡No hay papel!”–lo que, en consecuencia, arriesgaría su ego a un hazmerreír traumático– con gran esfuerzo se contuvo y, en la total intimidad del inodoro, elucubró otro modo de librar la situación.
Lamentablemente, la elaboración de un Plan B le llevó 40 minutos más, lo que mermó considerablemente su paciencia, ya que, durante ese tiempo, llamaron a la puerta un par de veces para preguntar por su estado: «¿Está todo bien allí, Borges?» «Ya salgo. Es sólo un pequeño inconveniente.» «De acuerdo, pero no tardes más, que acabo de servirte el postre.» «Ten calma, que estoy a tientas.»
Tras estos diálogos, su alma fue sucumbiendo ante una debilidad insoportable. ¡Era misericordia de sí mismo! Y la visión voraz de que la situación lo dominaba, de golpe lo empujaba al borde de la rendición.
De hecho, estuvo a segundos de clamar desaforadamente “¡Necesito ayuda!” Cuando, de súbito, una genial idea le sobrevino. ¡Era una locura! Y, además, el proceso sería incómodo, pero era su única alternativa: se treparía al lavamanos para enjuagarse las nalgas, y usaría la toalla para secárselas. Esto quizá le costara la amistad de Alfonso, pero no importaba. ”En similares circunstancias, él seguro haría lo mismo.” Se dijo para darse ánimos, y emprendió la complicada tarea.
Su estrategia, sin embargo, contenía en sí misma un pequeño inconveniente: que el viejo lavamanos no soportara su peso y ¡pácatelas, allá va Borges! Pero era un riesgo que debía correr.
Decidido, pues, a superar la dificultad, llevó a cabo su plan con calculada mesura. Con precauciones extremas y a detalle, deslizó sus dedos suavemente por la pared, tanteándola por segmentos en busca del lavamanos, mas tardaba tanto en localizar su objetivo que, pronto descubrió, fatídicamente, el embrollo en que estaba sumergido. A su alrededor no había mosaicos ni manijas ni bañera, sino gabardinas, corbatas y archiveros. Y lo que él pensó que era el retrete, resultó ser un bacín posado sobre una silla.
¡Vaya vergüenza que sintió el pobre de Borges! ¡Había sido la víctima de una broma pesada! «¡La puta que te parió, Alfonso! ¿Por qué no me dijiste que cagué en tu armario?» Profirió furiosamente, y esa fue la señal para que los allí reunidos abrieran la puerta con infames risotadas, y lo embistieran con cámaras fotográficas para culminar la pesadilla.
Lleno de horror y de angustia, Borges despertó sudoroso en su cama y, entre suspiros profundos, recitó en medio de la oscuridad: «¡Qué terrible sueño! Espero por mi bien que jamás se repita. ¡Preferiría mil veces convertirme en un insecto!» Y se rascó la cabeza con una de sus ocho patas.